Los Registros Hispitalarios de una Gran Compañia

LOS REGISTROS HOSPITALARIOS DE UNA GRAN COMPAÑIA MINERO-METALURGICA (PEÑARROYA, 1902-1950). UNA FUENTE Y ALGUNAS APLICACIONES METODOLOGICAS PARA LA HISTORIA DEL TRABAJO

Arón Cohen 



Resumen

Los registros de personal de empresas encierran un arsenal de posibilidades para una historia social de la industria con grandes retos pendientes en España. Documentación médica de la Société Minière et Métallurgique de Peñarroya suministra información masiva sobre los obreros de la empresa francesa en la comarca minero-industrial con centro en ese núcleo cordobés. La reconstrucción de unos 3.000 historiales clínico-laborales y la introducción de la perspectiva generacional dan paso al análisis de la vida laboral y de sus interrupciones por accidentes del trabajo. El artículo explica las opciones y pasos seguidos para la reconstrucción.

Hospital records from a leading mining and metallurgical company (Peñarroya, 1902-1950).  A source and some methodological applications for history of labour.

Abstract

Companies workers'records involve a lot of possibilities for a Spanish social history of industry that still has great challenges ahead. Medical documentation from theSociété Minière et Métalllurgique de Peñarroya provides massive information on the French company workers in the mining-industrial area around that Cordovan center. The recontruction of some 3.000 clinical-work stories and generations approach lead to quantitative analysis of labour life and its interruptions by occupational hazards. The paper explains the options and steps followed in order to the reconstruction. 




Entre la historia económica -expuesta, como todos, a coyunturas intelectuales desigualmente fecundas- y una historia del movimiento obrero sometida desde hace años a "un proceso de hipercrítica" (Uría, 1997), la historia social de la industria en España ha sido relegada largamente a la posición de una discretísima "Cenicienta". La organización del trabajo, su evolución y sus condicionantes; los modos y niveles de remuneración; la nueva dimensión de lo cotidiano en el ámbito de la producción (fábrica o tajo), en su amplia gama de manifestaciones, y la inducida por este a su alrededor...: las carencias, realzadas por el contraste con las enseñanzas de la historiografía anglosajona (Casanova, 1991), han llamado la atención tanto de significados especialistas de la historia económica como de animadores de la menos hecha aunque activa historia social(1).

El mundo de la mina y, allí donde existió, del sector transformador a ella asociado no escapa a una reflexión del mismo género. Autor de una exhaustiva tesis sobre la historia económica minera de España en el siglo XIX y comienzos del XX, Gérard Chastagnaret afirmaba, en 1985, que su historia social estaba, en gran medida, "por escribir". Ciñéndonos, en particular, a la mitad Sur peninsular -más concretamente a Ciudad Real, Murcia y casi todos los principales cotos andaluces-, es obligado señalar la importante proliferación de publicaciones producida a lo largo de las dos últimas décadas. Junto a las síntesis (Nadal, 1981/1992; 1984/1992; Tedde, 1981), una pléyade de monografías(2) ha profundizado en muchos de los vacíos. En general, sigue siendo cierto, sin embargo, que sabemos más de algunos determinantes de las magnitudes de la extracción, de las estructuras financieras, comerciales y técnicas del negocio minero y de sus variaciones según ramos y distritos que de sus condiciones e impactos sociales y de sus manifestaciones en el espacio y el tiempo.

No faltan exponentes de la contribución que los estudios demográficos pueden prestar al desarrollo de esa historia social. Sobre todo cuando no les alienta la menor pretensión exclusivista, tan cercana siempre de las formulaciones pandemográficas (Dupâquier, 1992). El estudio de hechos masivos, en serie, con toda la precisión estadística posible, no se puede aplicar igualmente a todos los retos planteados, pero es un apoyo inestimable para pensar la industria como fenómeno social(3). Por otra parte, la historia de empresas, que se ha hecho con un importante espacio en la historiografía europea reciente(4), ha dedicado mucha más atención a los destinos de firmas concretas y de sus dirigentes que a las condiciones sociales de los procesos productivos que aquellas albergaron: ha sido, sobre todo, historiaempresarial, sin que la expresión implique juicio de valor alguno. El encuentro defendido desde algunas tribunas entre historia de empresas e historia social promete superar bloqueos(5). La demografía histórica, desde muy diversas vertientes, aprovechando el material de base que constituyen los registros de personal, puede tender puentes para esa aproximación.

Este texto aborda algunos aspectos metodológicos del estudio microanalítico que estamos aplicando a una fuente de este tipo.

Archivos de empresa e historia social: contextualizar el observatorio

Sospechar una enorme desproporción entre las posibilidades que encierra la documentación sobre personal de muchísimas empresas y el uso que hasta ahora se ha hecho de ella en España no es, sin duda, aventurado. No faltan motivos para explicarlo: dificultades de acceso a veces insalvables y, cuando no, descubrimientosque pueden surtir efectos disuasivos: dispersión geográfica; cuantiosas pérdidas; conservación de los fondos que remontan más allá de los 50 años de antigüedad al albur de los cambios de titularidad de las empresas, las necesidades de espacio y la proximidad de alguna personalidad sensible; desorden. Un mínimo cálculo del tiempo y los costes de la explotación corre el riesgo de acabar de desanimar al investigador afortunado, pero, desgraciadamente, no es siempre prescindible(6).

Hace ya casi nueve años que iniciamos, con un equipo del Departamento de Geografía Humana de Granada, la recogida de datos y explotación de distintos registros de personal de la Société Minière et Métallurgique de Peñarroya(7). Una serie de circunstancias fueron concentrando la investigación en lo que en el proyecto inicial era un campo importante, pero no el único previsto: los fondos del Servicio de Hospital de la empresa en Peñarroya (1902-1950), núcleo-cabecera del norte minero-industrial cordobés, donde la gran compañía francesa movilizó a una mano de obra que, a lo largo de la primera mitad del novecientos, rara vez bajó de los 5-6.000 obreros y superó en 1918-1919 los 10.000(8). La minería del carbón es la actividad dominante, pero muchos estaban ocupados en las más propiamente industriales de la empresa: fundiciones de plomo y zinc y planta de productos químicos (ácido sulfúrico y superfosfatos), sin olvidar las dependencias anejas: talleres, almacén, ferrocarril, central eléctrica y otras relacionadas con las necesidades del consumo de la población obrera (fábricas de harina, aceite y textil). Por lo menos hasta la guerra civil, el hospital de Peñarroya hizo además las veces de dirección principal de todos los servicios médicos de la empresa, manteniendo una activa correspondencia, que se prolonga años después, con los dispuestos junto a sus explotaciones (y fundiciones) en las provincias de Badajoz (Azuaga), Ciudad Real (El Horcajo, San Quintín, Puertollano), Jaén (Linares, La Carolina), Granada (Sierra Lújar), Murcia (Cartagena) y algún centro de la minería metálica en la propia provincia de Córdoba (Villanueva del Duque)(9).

La base principal de esta documentación se circunscribe a los obreros de minas, fábricas y anejos de las proximidades de Peñarroya. Se compone de tres series de reconocimientos médicos del personal: una de boletines previos a la admisión y revisiones (reconocimientos de carácter "general"), otra de avisos de accidente y una tercera de partes de alta. La primera y la última se hallan reunidas en legajos y libros. No así la segunda, formada por montones que a veces hemos tenido que recomponer a partir de ejemplares dispersos; de ahí sus grandes lagunas. Los boletines constituyen la serie más completa: entre marzo de 1904, cuando la empresa implanta la práctica del reconocimiento sistemático del personal obrero, y diciembre de 1950, sólo no hemos podido localizar los tomos de 1921 y casi todo 1927 y nos faltan también los de otros 11 meses repartidos entre cinco años. En cambio, de los libros de altas sólo disponemos a partir de 1928, aparte de algunos tomos sueltos anteriores. Los primeros avisos de accidente son de 1902, pero la recuperación realizada utilizando ambas colecciones no ha podido conseguir más que una serie muy fragmentaria en la que han quedado considerables vacíos, completos o casi (sobre todo 1906-1909, 1918-1921, 1923-1927(10)). El interés de recuperar cuanto fuera posible de estas hojillas era doble: 1º) su información es la que luego se vertía a los libros de altas, completándose así parte de lo perdido para el período anterior a 1928, y 2º) incluyen algún dato que no figura en aquellos libros, señaladamente, a partir de 1915, el importe del jornal asignado al obrero, a efectos de la indemnización por incapacidad temporal prevista por la Ley de Accidentes del Trabajo. Algunos "avisos" están acompañados de diversa correspondencia con información adicional sobre circunstancias y consecuencias de los accidentes o indicencias surgidas en su tratamiento.

En una investigación que descansa en una prolongada recogida de información, seguida de una no menos pesada labor de homogeneización, necesaria para el proceso informático que, a su vez, pasa por la puesta a punto de rutinas adaptadas a los objetivos que van sucediéndose, es difícil que se pueda mantener un ritmo constante de dedicación. El desarrollo, como en las minas, se ha venido produciendo por avances. El lector interesado hallará intercaladas en el texto y en la bibliografía las referencias de publicaciones anteriores que le informarán más extensamente de aspectos del trabajo que aquí se señalan muy escuetamente.

CUADRO 1 
RECONOCIMIENTOS MEDICOS EN EL HOSPITAL DE PEÑARROYA DE LA S.M.M.P.

Año Generales Por accidente (*)
1902 0 1178
1903 0 1270
1904 1435 1033
1905 979 1291
1906 937  
1907 1007  
1908 1721  
1909 1252  
1910 1333 1202
1911 1199 1067
1912 1570 1116
1913 1964 1131
1914 1515  
1915 1808  
1916 3526 1814
1917 3327 1811
1918 1610  
1919 1514  
1920 1836  
1921 -  
1922 1592 1579
1923 1824  
1924 2518  
1925 1473  
1926 1288  
1927 -  
1928 811 959
1929 1115 1076
1930 1039 1352
1931 690 1370
1932 1026 1009
1933 744 1154
1934 911 1559
1935 896 1354
1936 1677 883
1937 1947 746
1938 885 745
1939 2032 846
1940 971 715
1941 1471 1011
1942 1694  
1943 1547  
1944 873 910
1945 1250 877
1946 1982  
1947 608  
1948 2073 969
1949 777  
1950 521  
     
total 64916 39131 (*)

Fuente: Archivo Hospital Peñarroya (AHP). Elaboración propia.

(*) Fusión de las series de avisos y altas. Sólo se incluyen en el cuadro los años que están completos, aunque en el total se han adicionado también los incompletos, que suman 7.104 partes repartidos entre 14 años.

La magnitud de las cifras, y concretamente de las de accidentados, resalta cuando se las compara, por ejemplo, con los "estados de heridos" del hospital minero de Almadén en la segunda mitad del siglo XIX(11), y, desde luego, supera con creces a las (de los mismos años) de "desgracias ocurridas en las minas y fábricas de labor" de la provincia de Córdoba de la Estadística Minera: excepcionalmente, ésta se acerca hasta el 90% de la estadística de accidentados de Peñarroya en 1910, pero lo normal, hasta 1919(12), es que sus cifras no pasen de la mitad de las de aquélla(13), confirmando lo que al Dr. León y Castro (1904), pionero e impulsor en la cuenca del Guadiato de una medicina minera(14), dictaba su experiencia: que los "datos (sobre accidentes de la Estadística Minera) no son completos ni verdaderos a pesar de ser verdad oficial". Pero muy relativizada por los comentarios de los propios ingenieros jefes de más de un distrito minero. La mayor parte de los ingresos en el hospital de la compañía francesa se prolongaban poco más allá de las primeras curas, a lo sumo un corto número de días, comprometiéndose el paciente a realizar las visitas periódicas que se le señalaran hasta la prescripción del alta (visitas que, salvo recidiva o complicaciones después de la reincorporación al trabajo, no sumaban nuevos "avisos"). En casos de imposibilidad los médicos podían girar visitas a domicilio. Pero los partes llamados de "entrada y salida", que no generaban baja laboral por accidente(15), no llegaban al 10% de la estadística formada con "avisos" y "altas" y, de otro lado, ésta no incluye todos los percances sufridos por los obreros en el trabajo, puesto que los más leves eran atendidos por los practicantes en los botiquines de las propias unidades de producción y no pasaban al hospital ni constaban en sus registros.

En cuanto a los exámenes médicos que hemos llamado generales, se integraban en el procedimiento de admisión y evaluación de los trabajadores. En principio, desde 1904, ningún obrero podía ser empleado sin devolver, debidamente cumplimentado por un médico de Peñarroya, el boletín de reconocimiento que previamente le había suministrado el departamento de la empresa que lo tomara. Al sistema, como tal, no le faltaban resquicios, como en seguida comprobaremos, pero, procedimientos al margen, la exhaustividad con la que esta fuente abarca al personal obrero deja poco lugar a dudas.

La serie "general" se ha vaciado en fichas con un total de 27 "campos" de información, mientras que la refundida de "avisos" y altas por accidente se ha recogido en otras con 23 apartados. En lo esencial, cabe distinguir los de la filiación del trabajador, domicilio, actividad y categoría laboral y los específicos de cada tipo de documento, descripción de las lesiones en los partes de accidente y, en los boletines, observaciones que el mismo formulario orienta en cuatro direcciones: "incapacidades" (definidas legalmente a partir de 1903), "constitución", "enfermedades crónicas u otras" y "etcétera", todo ello para motivar un juicio del médico sobre la utilidad del obrero o, en su caso, las reservas que opone. Se ha sugerido en otro lugar una explicación a la discreción cada vez mayor de estas observaciones después de 1920 (Cohen y Fleta, 1995).

Una documentación de estas características, generalmente monótona, reiterativa, pero de tal masividad, invita a los análisis estadísticos: desde luego el de algunos de los más importantes riesgos del trabajo, pero también de las características sociodemográficas de la mano de obra, de su movilidad geográfica y laboral, remuneración...; y, si nos atrevemos con la aproximación longitudinal, a la reconstrucción de itinerarios obreros jalonados por los distintos tipos de información disponible que puede llegar hasta la de grupos familiares de trabajadores. Pero, más allá de la estadística, la documentación nos ilustra sobre el funcionamiento de una estructura: es un observatorio desde el lugar de producción, inscrito en las relaciones entre capital y trabajo en un contexto (empresarial, sectorial, histórico-geográfico) concreto. Esa es su virtud, en la medida que permite profundizar en uno de los casos típicos, complemento necesario del enfoque institucional dominante en el estudio de las relaciones entre trabajo y salud; y es también su limitación. Las actuaciones de los médicos de empresa, empleados de Peñarroya, tienen que ver con la gestión del trabajo en su faceta médico-patronal: con los modos empleados por Peñarroya para resolver su responsabilidad jurídica por ciertos aspectos (codificados) de la salud de sus obreros(16).

La Ley de Accidentes del Trabajo de 1900 consagró en España las nuevas categorías "riesgo profesional" y "responsabilidad patronal". En adelante "los daños sufridos por los obreros (con ocasión o por consecuencia del trabajo) deben integrarse en los gastos generales de la producción, del mismo modo que el desgaste y la destrucción de material"(17). Por muy teórica y limitada que fuera (Mattei, 1976), esa nueva "responsabilidad" era contemplada en medios patronales como una distorsión de los criterios paternalistas que regían el orden interno de la empresa, basados en medidas graciables, administradas según las circunstancias discrecionalmente apreciadas por los agentes patronales en el trabajador. Tampoco dejaba indiferentes a los grandes inversores foráneos que contaron siempre con los bajos costes relativos del trabajo (Fontana, 1987) entre los alicientes que les decidieron a interesarse por las riquezas del subsuelo español(18).

Las funciones de los servicios médicos de empresa son varias: naturalmente, una tarea central es la atención a los lesionados en el trabajo. Más secundaria -a lo largo del período del estudio- es su acción preventiva, no porque falten testimonios en la documentación consultada de diagnósticos que tengan ese cariz, sino por la modestia aparente de sus efectos. Otra prevención consustancial a numerosísimos dictámenes médicos es la de los costes que podían derivarse para la empresa por eventuales reclamaciones en virtud de la legislación de accidentes del trabajo. La serie de reconocimientos generales pone claramente al descubierto una función de selección-evaluación, junto a otra de identificación (verificación de identidad) de los obreros (Cohen, 1993; Cohen y Fleta, 1995). Los criterios legales y económicos se integran con los propiamente médicos como constituyentes plenos del acto de reconocimiento y de su resultado. Este toma también buena nota de las circunstancias: las del obrero (antecedentes personales -en un sentido bastante amplio- y, a veces, familiares; intenciones manifestadas o sospechadas) y las generales (coyuntura del mercado que dicta las necesidades cambiantes de mano de obra; coyuntura política)(19). No hay que sorprenderse si las tensiones entre obreros y médicos no estaban excluidas y afloran de vez en cuando en la documentación.

El enfoque longitudinal: historiales médicos y generaciones obreras

Los historiales médicos de los obreros son un producto (intermedio) de la investigación; no existen como tales en la documentación utilizada. Había que construirlosa partir de la información transversal almacenada en los ficheros de reconocimientos (generales y por accidentes). Los escollos que se presentan son, por ello, esencialmente, los comunes a las reconstrucciones basadas en el método nominativo (Chacón y García González, 1992(20)). El "efecto perturbador" congénito de las migraciones debe asumirse en un estudio que es necesariamente monográfico.

Lo que aquí presentamos es una reconstrucción parcial, efectuada a partir de las fichas relativas a accidentes que incluyen el dato "jornal" y buscando todas las relaciones (reconocimientos generales y accidentes) correspondientes a un mismo obrero. Se ha dicho ya que este dato se hace constar en los "avisos" desde 1915: las relaciones se han establecido, pues, hacia atrás (hasta 1902) y hacia adelante (hasta 1950). Un defecto de homogeneización retrasó la incorporación de las altas tras accidente de 1940 y 1942-1950 al fichero de accidentes, impidiendo su inclusión en la recuperación hasta ahora realizada. Los volantes con jornal suman 17.803, casi en su totalidad comprendidos entre 1915 y 1941, con las importantes lagunas previamente indicadas. A pesar de estas dos mutilaciones de partida, la reconstrucción efectuada con los obreros cuyo primer apellido está comprendido entre las iniciales A y G (incompleta), que es la muestra aquí utilizada, ha aprovechado más de la mitad de las fichas que abarca este segmento: de un total de 33.000 revisadas ha retenido 17.446 (un 18% del universo final de la operación) e identificado 2.971 historiales (obreros), lo que supone un promedio muy cercano a las 6 relaciones por obrero, con una mediana de 5. De ellas, cerca de 3 corresponden a partes de accidente (mediana= 2), 2 con información sobre el jornal (mediana 1).

CUADRO 2 
HISTORIALES MEDICOS RECONSTRUIDOS, SEGUN EL NUMERO DE REGISTROS POR OBRERO (*)

Registros Historiales % % acumulado
1 227 7.6 7.6
2-abr 1158 38.9 46.5
5-oct 1216 40.9 87.4
nov-20 334 11.3 98.7
21-34 36 1.3 100

 Fuente: AHP. Elaboración propia.

(*)Como en las tablas siguientes, sólo apellidos entre la A y la G y excluidos los partes de accidente de 1940 y 1942-1950.

Entre los historiales reconstruidos, se seleccionó una cohorte con los abiertos antes de 1911 a una edad inferior a 16 años (C1) en la que entraron 118 obreros. Estos forman el primer grupo de generaciones de obreros de Peñarroya en la zona que podemos seguir muy ampliamente a través de la documentación. Aun en los casos más sospechosos(21), se tomó como edad inicial la que constaba en el documento primero del historial (62% de los de la cohorte) o, en su defecto, la estimada a partir de las que aparecen en los reconocimientos sucesivos realizados al obrero. Los resultados por el momento alcanzados -provisionales hasta la completa explotación de la base de datos- se refieren todos a este grupo generacional. La consideración de un segundo grupo, el de los detectados por primera vez entre 1911 y 1920 con hasta 16 años (en este caso, inclusive), abrirá otra interesante perspectiva comparada, además de reforzar la base empírica del trabajo: en la muestra reconstruida, los historiales de esta segunda cohorte que permanecen en observación en 1936 duplican por sí solos los efectivos totales de la primera.

CUADRO 3 
CARACTERISTICAS BASICAS DE LA COHORTE DE OBREROS C1 (HISTORIALES ABIERTOS ANTES DE 1911 A EDAD <16 AÑOS)

3.1 HISTORIALES DE C1 SEGUN SU DURACION Y PROMEDIO DE RELACIONES

Historiales % Media registros Media accidentes Media accidentes con jornal  
             
Sin condición de permanencia (C1A) (*) 36 30.5 7.2 4.2 2.0  
Permanecen en 1925 (C1B) (**) 82 69.5 10.7 5.6 3.1  
Permanecen en 1936 (C1C) (**) 45 38.1 11.6 6.1 3.6  
Permanecen en 1945 (C1D) (**) 18 15.3 13.5 6.6 3.8  
Total cohorte C1 118 100 9.7 5.2 2.8  
Total historiales reconstruidos 2971   5.9 2.8 2.1  

 

3.2 DISTRIBUCION DE LOS HISTORIALES DE C1 SEGUN EL AÑO DE INICIO (%)

Año C1A C1B Total C1
       
1902 5.6 12.2 10.2
1903 13.9 8.5 10.2
1904 8.3 17.1 14.4
1905 0 12.2 8.5
1906 2.8 9.7 7.6
1907 13.9 4.9 7.6
1908 8.3 14.6 12.7
1909 22.2 12.2 15.2
1910 25.0 8.5 13.6
1902-1910 100 100 100

Fuente: AHP. Elaboración propia.

(*) Al haber activado el programa de reconstrucción desde los partes de accidente que incluyen el jornal, debe entenderse, en realidad, "que permanecen en observación en 1915".

(**) Los efectivos C1C y C1D proceden de descomposiciones sucesivas de C1B.

Como era de esperar, los promedios conseguidos con la cohorte seleccionada mejoran casi siempre los de la muestra de historiales reconstruida(22): son los obreros detectados a las edades más tempranas en el tramo inicial de la fuente y, al mismo tiempo, la rutina de búsqueda aplicada, al exigir la presencia de al menos una mención del dato "jornal", supone, en la práctica, la existencia, siempre, de un requisito de permanencia en la definición del grupo generacional, que continúaíntegramente en observación como mínimo hasta 1915. El cuadro 3.2 muestra una clara concentración de los elementos más volátiles de nuestra selección (la subcohorte C1A) entre los historiales de apertura más tardía: casi la mitad en 1909 y 1910, lo que, de todas formas, garantiza a priori para éllos una presencia en la documentación de al menos 5 o 6 años. Pero casi un 70% de los historiales de la cohorte formada siguen abiertos en 1925 y poco menos de 2 de cada 5 lo están en 1936(23). La opción escogida sesga la cohorte resultante hacia los obreros con mayor permanencia en la empresa o, al menos, en sus departamentos con centro en Peñarroya(24). Así, con los obreros más móviles, se pierden también discapacitados y fallecidos precoces, incluidos los provocados por los trabajos en la Sociedad: entre otras, las 11 víctimas mortales de una explosión de grisú en la mina "Santa Elisa" en 1909. Es ésta una consecuencia que no debe perderse de vista: el estudio generacional en las condiciones actuales de la muestra debe tomarse como un revelador de una parte, importante sin duda, de las trayectorias obreras, seguidas desde el observatorio médico-patronal a partir de un número bastante considerable de jalones. Lo será más incompleto de la exposición de los obreros a los riesgos del trabajo en todas sus vertientes: intensidad, frecuencia, calendario y consecuencias(25). Esta limitación desaparecerá, en lo que depende de la rutina de búsqueda, una vez eliminado el requisito previo del conocimiento de algún jornal en la confección de los historiales, un dato que hemos querido asegurar en este intento.

De otro lado, tampoco puede establecerse una equivalencia automática entre mayor permanencia del obrero y permanencia ininterrumpida en la empresa durante el período que abarca desde la primera hasta su última aparición en las colecciones de reconocimientos médicos. La mayor parte de los historiales están salpicados de más o menos largos intervalos sin información, sin que pueda dilucidarse, al menos sin la ayuda de otra documentación de la que no hemos dispuesto, cuándo son enteramente imputables a la irregularidad con la que se suceden los distintos actos médicos(26) y cuándo y en qué medida se deben a la movilidad geográfica del obrero, es decir, a una "salida de observación" provisional. Para todo el grupo C1 el tiempo máximo consecutivo sin pistas en la documentación es, en promedio, de 135 meses, aunque para la mitad de los historiales no supera los 120. Las cifras son de poco menos de 72 meses como media en el subgrupo C1A y de 162 en el C1B, con medianas de 65 y 146 meses, respectivamente.

Sólo el 62% de los historiales de C1 se inician por un reconocimiento "general" (72% de los de C1A y 57% de los de C1B), conforme a la práctica instituída que recogerá el Reglamento de Peñarroya. Los demás se abren con la información de un accidente. Habida cuenta del desfase de dos años apuntado en el inicio de ambas colecciones y de los defectos nunca descartables en la reconstrucción, el hecho no puede atribuirse por entero a los resquicios antes aludidos del sistema de admisión. Aunque desde luego existen(27): de uno de los obreros de C1B no hay constancia de ningún reconocimiento general... entre 1903 y 1935, y no es un caso mal documentado pues suma diez por accidente en el mismo período. Lo mismo sucede con 5 de los obreros de C1A: el de más permanencia, entre 1902 y 1917, y el de menos, de 1910 a 1915. De todas formas, estos 6 casos suponen el 5% de los efectivos de la cohorte. Más significativos son los cerca de 10 años que transcurren en promedio entre la primera presencia detectada y el primer "boletín" de reconocimiento, para el 38% de historiales empezados por un parte de accidente, en este caso con muy escasas diferencias entre C1A y C1B. En el total de casi 3.000 historiales reconstruidos, la proporción de los que incurren en esta situación oscila, para los años bien equipados en las dos series de documentos, entre el 4 (1937) y el 54% (1928), y si nos limitamos a los inaugurados en edad juvenil (menos de 18 años), entre los altos porcentajes que encontramos no sólo en los años que están completamente documentados del primer decenio del siglo (83% en 1905), sino en algunos del decenio siguiente (57% en 1911 y 50% en 1917), y los situados generalmente, después, por debajo del 20% (0 en 1930, 1934 y 1936).

Señalemos, por último, que los análisis diferenciados de los historiales en función de los distintos tipos profesionales de los obreros (por ejemplo, el de los riesgos específicos de las distintas actividades) deben dejarse para otra etapa de la investigación. El cuadro 4 ofrece dos aproximaciones a éstos para el grupo C1, una atendiendo a la actividad dominante de cada obrero y otra computando todas las presencias en los principales ramos de actividad de la empresa en la zona. La designación de una actividad como dominante se ha establecido atendiendo primordialmente al tiempo durante el cual se ha desempeñado (la de más larga permanencia en cada historial), según se desprende de la información de nuestra fuente, y, secundariamente, a los oficios o "cargos" ocupados por los obreros. Estos se expresan por términos no siempre exentos de ambivalencia: en el servicio de "Talleres", por ejemplo, coinciden funciones de mecánico ("ajustador", "mecánico-ajustador", "calderero"...) con otras que también se podrían clasificar como de metalúrgico ("herrero", "forjador"). No obstante, en el seno de cada trayectoria reconstruida se reúnen los suficientes indicios para una asignación que reduce mucho el margen de discrecionalidad de las decisiones adoptadas.

CUADRO 4 
PERFIL PROFESIONAL DE LOS OBREROS DE LA COHORTE C1 (SECTOR DE ACTIVIDAD) 
4.1 ACTIVIDAD DOMINANTE

Dominante C1A   C1B   Total C1  
  obreros % obreros % obreros %
             
Minero 11 30.6 32 39.0 43 36.4
Obrero industrial 4 11,1 21 25,6 25 21,2
de los cuales(*)            
             
-metalúrgico 3 8,3 15 18,3 18 15,2
-ind.química 1 2,8 1 1,2 2 1,7
Mecánico/electricista 11 30,6 13 15,8 24 20,3
Ferroviario 1 2,8 9 11 10 8,5
Sin dominante aparente 7 19,4 6 7,3 13 11
Otros 2 5,5 1 1,2 3 2,5
Total 36 100 82 100 118 100

 

4.2 PRESENCIA EN LOS PRINCIPALES CAMPOS DE ACTIVIDAD

Actividad C1A   C1B   Total C1  
  obreros % obreros % obreros %
Minería 24 66,7 65 79,3 89 75,4
             
Industria de los cuales 20 55,6 52 63,4 72 61
metalúrgica 13 36,1 40 48,8 53 44
química 5 13,9 10 12,2 15 12
             
Talleres/central 15 41,7 23 28 38 32,2
Ferrocarriles/transporte 2 5,6 10 12,2 12 10,2

Fuente: AHP. Elaboración propia.

(*) Se incluyen en el cómputo total del ramo otras dependencias (fabricación de briquetas, hornos de cok, textil). Se ha excluido también del desglose algún caso de obrero con pasos sucesivos por las fundiciones y la fábrica de productos químicos, sin que pueda destacarse una dominante entre ellas.

La única opción de análisis posible por ahora supone operar con una cohorte donde los mineros, siendo los más numerosos, no llegan al 40% de sus efectivos, ateniéndonos a la actividad dominante, aunque los mecánicos, otro 20%, se integraban esencialmente en el contingente "de exterior" o superficie. Sin embargo, si se considera el conjunto de los servicios de la empresa por los que pasa cada obrero a lo largo de su vida laboral, la minería entra como fase en tres cuartas partes de las trayectorias, frente a los 3/5 con una etapa industrial y el 50%, en concreto, en la metalurgia. Se puede, pues, concluir que la cohorte que estudiamos corresponde a un perfil básicamente minero-metalúrgico y preferentemente minero, aunque en una muy notable proporción de los casos (poco menos de la mitad si se adopta la definición más estrecha) estos campos no cubren toda la vida laboral de los obreros en la empresa.

Por lo demás, hay otros dos elementos que conviene destacar de la lectura del cuadro: 1º) la especificidad de los obreros ferroviarios, patente tanto en la casi exacta correspondencia entre las estadísticas respectivas de obreros con presencia y con dedicación exclusiva o dominante al sector, como en su escasísima representación en el subgrupo C1A: estos trabajadores se caracterizan por su muy acusada permanencia en la empresa. 2º) Todo lo contrario ocurre con mecánicos y electricistas, tan numerosos dentro del subgrupo C1A como los propios mineros y, en términos relativos, doblemente representados que en C1B. Esta acentuada inestabilidad (casi la mitad de los efectivos de la cohorte que siguen esta especialización desaparecen del horizonte de observación antes de 1925) podría responder a distintas razones: de un lado, el personal "de exterior" era, en general, el peor pagado y debió sufrir intensamente la merma pasadas las vacas gordas de la Primera Guerra Mundial(28); pero, de otro, para algunos la minería pudo ser el sector relais que fue el de las obras públicas en otros contextos (Barjot, 1996).

El cierre de los historiales: la duración de la vida laboral

Si en un aspecto importante hemos tenido que alejarnos de las reglas de las reconstrucciones al uso en la demografía histórica basadas en información nominativa es, sobre todo, en lo concerniente al cierre de los historiales. En sentido estricto, podría decirse que el problema se ha obviado. El recurso -hasta aquí excluido de los planes del proyecto- a los registros civiles, al menos en los principales núcleos de población de la comarca, aportaría, sin duda, complementos de información interesantes, por ejemplo en las partidas de defunción. Pero, pérdidas de pistas por migración al margen, éstas servirían más para aproximarnos a la esperanza de vida de los obreros (aspecto crucial) que a su vida laboral y, con más razón, a la parte de ésta cumplida en los trabajos de Peñarroya. La información (fragmentaria) que hemos podido manejar sobre obreros jubilados por razón de edad, enfermedad o incapacidad se cifra en unos 2.000 casos, entre los que se intercalan los de trabajadores de la comarca cordobesa con los de otros centros de producción de la empresa, y las tres cuartas partes de ellos corresponden a los años 20, demasiado pronto para las necesidades de nuestro estudio; lo que no ha impedido localizar a uno de los integrantes de C1 en una relación de jubilados de 1925 "a causa de su avanzada edad y estado físico". Tenía entonces 38 años. Otro de los historiales de esta cohorte "se cierra" con un reconocimiento en 1947 en el que el médico juzga escuetamente al obrero, de 57 años, "no apto para el trabajo"(29). La paciente y precisa labor de identificación y cuantificación de las víctimas de la guerra civil y de la represión de posguerra en la provincia de Córdoba llevada a cabo por F. Moreno (1985; 1987) permite dar con los nombres de otros dos miembros de la cohorte(30): uno, plenamente confirmado, es el de un obrero cuyo historial se inicia en 1905, fusilado el 22/02/1940 en Peñarroya-Pueblonuevo. El otro corresponde a uno de los responsables locales del PSOE de Fuenteobejuna antes de la guerra, fusilado también en Peñarroya el 25/05/1940, aunque subsisten dudas de que se trate de un hermano... lo que tampoco dejaría de traer consecuencias en la trayectoria laboral del implicado, a juzgar por lo que refleja, de modo más general, la documentación consultada.

Estadísticamente, no hay que extrañarse de que ninguno de los obreros de C1 se halle entre las víctimas mortales de siniestros laborales detectadas en el conjunto de los historiales reconstruidos. Seguras son 14, excluido, naturalmente, un fallecido con 21 años (22/07/1938) "a consecuencia del bombardeo de la aviación roja", pero no otro, con 52 años, en cuya papelilla de accidente el médico diagnosticó "fractura conminuta y abierta de tibia y peroné", consignando a continuación la muerte del obrero "a consecuencia de una enfermedad que ignoramos pero por completo ajena a accidente de trabajo. Era muy bebedor. Murió de repente" (10/08/1935). Hay que decir que sólo estas 14 historias suponen cerca del 5 por 1.000 de la muestra y llegarían al 6 si les sumamos otras 4 dudosas, lo que supone una frecuencia que se sitúa en el nivel de las más altas que se conocen en minas lorenas entre 1910 y 1914 (del 2 al 5 por 1.000: Gordon, 1996), a pesar de lo cual ni mucho menos pueden considerarse como una medida válida del riesgo real de muerte, dadas las carencias de la serie de bajas. Significativamente, 12 de los casos encontrados se produjeron entre 1931 y 1941, precisamente cuando contamos con los datos más completos. Las edades media y mediana de los difuntos rondan los 36 años, entre un mínimo de 15 y un máximo de 52. El más joven fue víctima de "quemaduras por ácido en cara, brazos, manos y vías respiratorias y grave intoxicación". Junto a una "asfixia por compresión" y al singular diagnóstico de 1935 antes transcrito, son las excepciones en un grupo netamente dominado por los politraumatismos que afectan a cráneo y/o columna.

En nuestro intento se trata simplemente de asegurar el seguimiento íntegro o de una parte muy sustancial de la vida laboral del obrero por la adopción de un período de observación suficientemente amplio. Las generaciones C1 son las que mejor se adaptan a esta condición. Una anterior aproximación transversal a los reconocimientos médicos que apuntan al exceso de edad y la pérdida de fuerzas como causa de inaptitud para el trabajo comprobó que correspondían a trabajadores cuya edad media iba de los 59,5 años en el período 1911-1920 a los 52 de 1937-1950. Asimismo, las edades de los "jubilados" antes aludidos arrojan un promedio cercano a los 53 años y una mediana de 55 y, para los mismos casos, la variable "antigüedad en el servicio" (de significado ambiguo) produce valores centrales en torno a 28,5 años(31). Estos resultados no están muy lejos de los que garantizan nuestros subgrupos con mayor permanencia en observación (C1D y C1C), pero los parámetros del efectivo C1B parecen también satisfactoriamente representativos, según se desprende del cuadro 5:

CUADRO 5 
EDADES MEDIAS DE ENTRADA Y SALIDA DE OBSERVACION (EN AÑOS)

Historiales Entrada Salida Años de observación (*)
C!A 14,36 25,97 12,25
C1B 14,05 45,51 32,02
C1C 14,07 49,73 36,22
C1D 14,06 55,17 41,61
Total cohorte C1 14,14 39,55 25,99
Total historiales reconstruidos     12,81

Fuente: AHP. Elaboración propia.

(*) Deducidos directamente de las fechas de entrada y salida. De ahí las pequeñas diferencias respecto del cálculo que se hiciera a partir de las edades de entrada y salida que son (o se basan en) edades declaradas por los obreros.

Los promedios están influidos por las declaraciones falsas relativas a la edad. Estas son aparentemente bastante frecuentes y, evidentemente, al alza en los primeros tramos de la vida laboral y en sentido contrario en los obreros maduros. Teóricamente, a lo largo de todo el período abarcado ningún muchacho podía ser admitido al trabajo sin haber cumplido los 14 años, ya fuera en calidad de pinche en las minas o de chico en fundiciones y hornos. Es el mismo umbral que recogió el Reglamento de régimen interno de 1942(32). Teóricamente: en C1 hay cinco historiales que se inician a edades (deducidas) inferiores a los 11 años, todos entre 1902 y 1905. El menor de todos, bien establecido, con 7 años y se abre con una papeleta de accidente a raíz de la "intensa contusión" en una pierna sufrida por el niño cuando trabajaba en la fundición de plomo, en 1903. Hemos explicado en otro lugar (Cohen, 1993) que las observaciones anotadas en los boletines de reconocimiento reflejan los límites de la función del médico de empresa frente a las fuerzas que sostienen la práctica social(33). Generalmente constatan la "falta de desarrollo físico para el trabajo", la "falta" de edad sospechada -y alguna vez confesada por el niño- o la "debilidad"(34) del candidato al trabajo. Observaciones de este género se repiten en los primeros compases de un 28% de los historiales de C1 (33 casos), aunque las sospechas más fuertes y confirmaciones del propio médico se concentran en un 8,5%(35). Pero el rechazo categórico es absolutamente excepcional. En dos casos el médico recomendó explícitamente que se asignara a los obreros un "trabajo débil". Y en uno sólo de los historiales leemos, en un reconocimiento de 1909: "poco desarrollo físico. Refiere él mismo tener 13 años, que lo manden al colegio"; y no es seguro que el consejo médico fuera atendido: 7 meses después el mismo muchacho era tratado por quemaduras de 2º grado en brazo, pierna y pie izquierdos.

Consideraciones finales

Todas las reservas apuntadas deberán tenerse en cuenta en los pasos futuros de la investigación. La muestra de reconstrucciones elaborada tiene sobre todo el valor de test para la metodología expuesta, y lo mismo, por lo tanto, cabe decir de los resultados obtenidos, cuya inclusión aquí habría alargado en exceso la presentación. Naturalmente, deben ser manejados con cautela. Nos aproximan a la frecuencia, la duración y las causas de las bajas laborales por accidente del trabajo: aspectos, en el caso británico, no ausentes del abundante material generado por las comisiones parlamentarias que se ocuparon ad hoc de consecuencias sociales de la industrialización... En España, sin menoscabo alguno (¡al contrario!) del mérito de los Informes de Reformas Sociales (1889-1993) y de los posteriores del IRS y de la Inspección de Minas (sobre todo el de 1909 del primero y el de 1911 de la segunda), el investigador no ha dispuesto de esa suerte. Algo que no deja de tener un reflejo en el desarrollo de esta parcela de la historiografía española, más atenta a los aspectos jurídicos y, en general, institucionales -acercamiento superestructurala los conflictos sociales incluido- que a los procesos sociales que los explican, aunque, a su vez, sean influidos por aquellos. Incluso si, como se ha puesto de manifiesto (Forcadell, 1992; Maurice, 1993), esta práctica se conjuga con un discurso teórico inspirado en la historiografía británica y la sociología histórica norteamericana.

Nuestros historiales obreros nos han proporcionado también una idea bastante precisa de las carreras laborales y, desde luego, de los modos de proceder de la medicina de empresa. La reflexión sobre el papel que incumbe a esta última dentro de la gestión patronal del trabajo ha ganado en apoyos, aunque habrá de profundizarse en algunas pistas sólo esbozadas.

Por último, los tamaños respectivos de la muestra general reconstruida y de la cohorte de obreros que inician a corta edad su actividad en Peñarroya en el primer decenio del XX confirman el importante desecho de información que deja un estudio basado en generaciones. Pero nada impide combinar, siempre que convenga al análisis y con las necesarias advertencias, el enfoque generacional con el más ampliamente longitudinal y con el recurso a parcelas de la documentación consultada ajenas a los historiales reconstruidos. 
 

NOTAS

1.  Varios de los trabajos presentados al II Congreso de la Asociación de Historia Social (Córdoba, 1995, sesión "Edad Contemporánea") abordaron problemas relativos al tema (Castillo coord., 1996). Recientemente, el nº 27 de la revista Historia Social reunía en un dossier "Trabajo Industrial y Condición Obrera" artículos de E. Fernández de Pinedo, A. Escudero y P.Mª Pérez Castroviejo (1997), los tres referidos a Vizcaya. Especialistas de diversos campos convergieron también en unas I Jornadas de Historia Económica de las Relaciones Laborales (Sevilla, 1996). Anteriormente, no hay que olvidar el XV Simposi d'Anàlisi Econòmica (1990, sección de Historia Económica), organizado por el Departamento de Economía e Historia Económica de la Autónoma de Barcelona, consagrado a los niveles de vida en la España de los siglos XIX y XX.

2.  De Norte a Sur y de Oeste a Este, en una relación que no es en absoluto exhaustiva: Dobado (1982, 1989 y 1991), Menéndez (1996); Harvey (1981), Coll (1983), Gil Varón (1984), Ferrero (1994), Gómez Mendoza (1994); Tomás (1991); Hernando (1989); Cohen (1987, 1998); Vilar y Egea (1985), Egea (1986), Vilar, Egea y Victoria (1987), Vilar, Egea y Fernández (1991); Núñez (1985), Sánchez Picón (1983; 1992), Pérez de Perceval (1984; 1989).

3.  En esta dirección se han orientado, entre otros, González Ugarte y Piquero (1985), Landeta et al. (1985), Pérez Castroviejo (1992), Pérez-Fuentes (1993) o González Ugarte (1994), además de algunos de los mencionados en la nota anterior.

4.  Testigos de este éxito son revistas especializadas nacidas en la última década, como los Annali di Storia dell'impresa italianos o la francesa Entreprises et Histoire.

5.  Véase el nº 175 de Le Mouvement Social, monográfico "La Société et l'Entreprise", dirigido por P. Fridenson (1996).

6.  Son por ello más encomiables algunas operaciones de rescate e inventario por parte de fundaciones nacidas de empresas (Rio Tinto Minera) o vinculadas a sindicatos.

7.  En adelante Peñarroya. La investigación contó con una subvención de tres años de la DGICYT (PS89-0154). La recopilación de buena parte de los datos fue compartida durante más de dos años por Arón Cohen, Amparo Fernández Sánchez, Amparo Ferrer, Eduardo de los Reyes, Mª Eugenia Urdiales y, durante algunos meses, Milagros Menéndez. Las primeras preparaciones de la base de datos para su tratamiento informático corrieron a cargo de Arturo González Arcas, y Agustín Fleta viene ayudándome en esta faceta desde 1994. Este último ha desarrollado la programación que da pie a esta presentación: casi 4.000 líneas divididas entre diferentes programas en lenguaje dBASE; el principal mantiene cinco ficheros de datos abiertos simultáneamente, con el objetivo de transformar la información transversal tomada de las fuentes en información longitudinal. Mi mujer, Matilde Martínez Ergueta, ha colaborado conmigo en casi todas las fases del proyecto. Por otra parte, la investigación no hubiera sido viable sin la actitud abierta de la dirección de Encasur, depositaria de los viejos fondos de Peñarroya salvados, y de sus servicios médicos: conste nuestro sincero agradecimiento por las facilidades concedidas.

8.  La cifra de 10.264 en 1918 es la proporcionada por un informe del Sindicato de los obreros mineros y metalúrgicos de Peñarroya (UGT), recogido en el Boletín del I.R.S. de 1920 (Barragán, 1985). Los datos de la Estadística Minera y Metalúrgica de España sobre obreros empleados en minas y fábricas de beneficio atribuyen a la provincia de Córdoba efectivos, a principios de siglo, generalmente por encima de los 6.000, que crecen en la segunda década hasta un máximo de más de 11.000 en 1919, para retroceder después, aunque en 1926 vuelven a figurar más de 10.000; los mínimos, en torno a los 3.500, corresponden a 1939 y 1940, pero los valores anuales más frecuentes hasta 1950 son los que van más allá de los 7.000. Sabiendo que desde comienzos de siglo Peñarroya tenía el control absoluto de los recursos energéticos de la cuenca del Guadiato y el de los incomparablemente más pobres de la provincia en minerales metálicos (Nadal, 1978/1992), puede valorarse la extrema dependencia de estas cifras con respecto a los niveles del empleo en la empresa: en 1918 el total provincial, según la estadística oficial, era de 10.407.

9.  Esta correspondencia ha dejado una huella dispar en la documentación que ha podido consultarse. Parte de ella alude a obreros remitidos a Peñarroya por los responsables médicos de otros centros de la empresa para consultas o tratamientos.

10.  Esta tarea de recuperación tuvo que ser interrumpida en mayo de 1993, cuando se nos comunicó el cierre de la dependencia que albergaba este archivo, ante la perspectiva, al parecer inminente, de venta del edificio.

11. La etapa de datos más seguros: de 132 a 290 anuales en unas minas que dieron ocupación (aunque no continuamente) a más de 3.000 obreros durante buena parte del período (Menéndez, 1996).

12. Desde 1920 las tablas de la Estadística Minera sólo recogen "muertos" y "heridos graves", excluyendo los "leves", computados hasta entonces.

13. Poco más del 9% en 1903 ¡y del 2% en 1916!

14. Que entendió con una notable amplitud de miras.

15. No eran volantes oficiales de baja sino simples notas remitidas por los vigilantes. Entre las obligaciones de éstos recogidas en el Reglamento General de Régimen Interior de la empresa de 1942 (S.M.M.P., 1945) figura la de "dar la papelilla de accidentes del trabajo debidamente comprobadas (con los nombres de los testigos presenciales para los sobrevenidos en el interior de las minas) para el practicante de servicio" y enviar "aviso inmediato a su Ingeniero y Jefe minero" en caso de accidente grave. Las cautelas impuestas por la empresa antes de extender estos volantes llegarán a soliviantar a alguno de los médicos: "Llueven notas del servicio de Sta. Elisa -dice una comunicación del Médico jefe al Ingeniero principal de la hullera del 5/11/17- (...); comprendo que en el caso de duda, sin señal alguna de traumatismo, que lo manden à este Hospital por si se trata de cosa que el médico pueda dislucinar (sic) pero como en este caso (...) que presenta contusiones erosivas en ambas caderas de un modo claro y evidente, si fué en el trabajo por qué no se le extiende la papeleta de accidente para el médico donde corresponda(...) Yo no voy à ocuparme más que de poner notas en vez de ver heridos".

16. Es preciso reiterar que una investigación como ésta puede legítimamente analizar funciones, pero que no alberga la menor intención o tentación de juzgar personas (ni médicos ni obreros reconocidos).

17. J.L. Gendre (1926), ingeniero francés en Peñarroya, hace suya esta afirmación de Félix Faure en su tesis para la obtención del doctorado en Derecho por la Universidad de Montpellier, que es un estudio de la legislación de accidentes del trabajo en España.

18. La innovación jurídica ponía "en manos del obrero español un instrumento capaz de desorganizar la industria" (Gendre, pp. 4-5).

19. Tanto en los reglamentos de policía minera (1897 y 1910) como en la legislación de accidentes del trabajo el reconocimiento del personal por los médicos de empresa o a su servicio se vislumbra o se presenta como elemento de garantía patronal. Así se afirmó expresamente en un decreto de 1916 (13 de enero) confirmando que los gastos ocasionados por estos reconocimientos debían correr por cuenta del patrono, puesto que "se lleva(n) a cabo por (su) interés y como garantía que a él solo beneficia". Una de las grandes novedades de la (frustrada) Ley de Bases de julio de 1936 radicaba en la consideración del reconocimiento médico periódico como medio para "lograr el diagnóstico precoz de la enfermedad profesional y con nuevas orientaciones profesionales para el obrero afecto conservar su salud" (Villa y Desdentado, 1979; Cohen y Ferrer, 1992).

20. Una amplia y reciente revisión en Ramírez Gámiz (1998).

21. Más adelante se abunda en las dificultades que entraña el conocimiento exacto de la edad de "entrada en observación".

22. El caso mejor documentado suma 30 registros (por los dos conceptos contados) y los menos dotados son seis que no pasan cada uno de 3.

23. La división de C1 en subcohortes de menor a mayor permanencia en observación tiene una utilidad, en primer lugar, descriptiva. En los análisis efectuados hasta la fecha sólo se ha mantenido la distinción entre C1A y C1B, pues el tamaño de la muestra desaconseja más desagregación.

24. La selección de obreros cuya vida activa en Peñarroya se inicia a comienzos del siglo XX -medio siglo después del despegue minero comarcal y dos décadas después de la fundación de la gran empresa francesa- supone, de por sí, un mayor peso en la cohorte de la componente más sedentarizada de la mano de obra. En un 47% se compone de nacidos en Pueblonuevo del Terrible y Peñarroya, los dos municipios creados en 1894 -el primero prácticamente ex novo y el segundo a partir de la pequeña aldea del mismo nombre- a impulso del auge minero-industrial (García, 1979), reagregados más tarde en uno. Con los originarios de otros de la provincia de Córdoba, muy mayoritariamente también de la Cuenca alta del Guadiato, nos acercamos al 68%. Otro 26% procede de la provincia de Badajoz, sobre todo de su parte oriental (partidos de Llerena, Castuera, Herrera del Duque y Villanueva de la Serena), muy implicada por la atracción desplegada por las actividades de Peñarroya en el Norte cordobés. Esto deja fuera o reduce a una mínima porción de la muestra a otras procedencias que abarcan desde Galicia al Alentejo y el Algarve portugueses, incluyendo una nutrida representación de comarcas mineras de dentro y de fuera de Andalucía y hasta una residual presencia rifeña en los años 1940, evidentemente relacionada con la guerra civil (varios centenares de topónimos afloran en el fichero general de reconocimientos). La expansión geográfica de Peñarroya favoreció particularmente la articulación de un mercado interprovincial de trabajo minero entre comarcas de Badajoz, Córdoba, Ciudad Real y Sevilla, con antecedentes previos (Dobado, 1982) y con flujos de diversos sentidos (Quirós, 1956; Tomás, 1991).

25. Y, en ambos casos, con las carencias conocidas de la serie de accidentes. La captación de los distintos tipos de riesgo varía también en función de condicionantes inherentes a algunos procedimientos de esta medicina patronal: el seguimiento de las hernias se realiza sistemáticamente en los propios reconocimientos generales, por lo que no se resiente de las lagunas de la otra serie. La frecuencia de las menciones a esta lesión que hemos encontrado no es, sin embargo, mera consecuencia de los azares de la reconstrucción.

26. No se advierte ninguna periodicidad en la repetición de los reconocimientos generales a los obreros.

27. "...dice haber trabajado en Talleres desde hace años, pero debió entrar por la puerta falsa que a reconocimiento no vino": anotaciones como ésta de un reconocimiento de 1922 se repiten en el epígrafe de observaciones médicas de esta fuente.

28. La reducción de los empleos auxiliares formó parte, junto con un impulso de la mecanización, de los ajustes patronales en el carbón asturiano en los años 20 (Shubert, 1984). El mismo fenómeno ha sido observado en estos años en una minería de parámetros bastante distintos, como es la de Río Tinto (Pérez López, 1996). En ambos casos afectó sobre todo a labores de peonaje.

29. En torno a 1% de todos los reconocimientos generales se saldaban con un dictámen catégorico de inaptitud física para el trabajo según los servicios médicos de la empresa (Cohen y Fleta, 1995). La explotación longitudinal de la fuente revela que tal criterio no se traducía necesariamente en el rechazo definitivo de los obreros afectados por parte de la empresa.

30. Recúerdese que todas las verificaciones posibles se limitan a los apellidos cuya inicial es alguna de las siete primeras letras del abecedario. Sobre la represión inmediata a la toma de la comarca minera por las tropas del bando sublevado en el otoño de 1936, Moreno resalta las "lagunas documentales" encontradas en Peñarroya-Pueblonuevo ("¡4 fusilados durante los 3 años de guerra!") y las magnitudes que revistió en Fuenteobejuna donde fue de las "más cruentas": la relación nominal de fusilamientos que constan en el Registro Civil asciende a 135 hasta finales de 1938, pero otras pistas llevan al autor a elevar el balance estimado hasta alrededor de las 400 (1985, pp. 435-443).

31. Muy parecidos a los de la monumental encuesta de 1884 de los ingenieros de minas franceses por las cuencas del país vecino (Keller, 1885).

32. Las labores subterráneas fueron prohibidas a los menores de 12 años por el Reglamento de Policía Minera de 1897, a los menores de 16 por la Ley del 13/03/1900 y a los menores de 18 por la de Jornada de Trabajo de 1910, aunque las urgencias de la coyuntura y las presiones de los patronos hicieron que un Decreto de 1916 dejara en suspenso las últimas restricciones.

33. Atendiendo a un joven obrero por una lesión en un pie, el médico anotó en el mismo volante de accidente: "este muchacho a pesar de no tener los 14 años está trabajando porque así lo ordenó Don Luis Sauvestre por nota".

34. "Constitución débil por masturbación", leemos en un reconocimiento de 1907 de un chico que declara 15 años. El cariz moralista, en sintonía con planteamientos del higienismo decimonónico que tampoco faltan en testimonios coetáneos de ingenieros (Cohen, 1997), no es el único de este tipo que encontramos en la documentación. El cambio de las exigencias patronales en el paso de la relación con el criado a la relación con el obrero (Cottereau, 1996) no borra todas las huellas de hábitos del pasado, avivados seguramente en ciertos contextos.

35. No figuran entre estos casos el de un muchacho cuya edad es 15 años en todos los reconocimientos que se suceden en un lapso de 17 meses, ni el de 7 años ya comentado. Sí se incluyen otros dos a los que se asigna invariablemente 14 años de edad a lo largo de 14 y de 19 meses, respectivamente. 
 

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